El Viernes Santo decidimos hacer una ruta más corta, visitaríamos el suroeste de la isla.
Nuestro primer punto del recorrido fue un pueblo llamado
Gúspiniaunque creíamos que era fiesta, el mercado del pueblo estaba abierto,
con lo cual pasamos a visitarlo.
Nos llamaron la atención sobre todo
los panes y dulces,
los panes que llevan como moñitos se llaman pan coccoi.
Al final acabamos comprando estos
dulces llamados pardulas o casadinas
que son pasteles de queso fresco con azafrán, vainilla y limón o cascara de naranja.

Continuamos viaje y paramos en el mercado de
Arbus, famoso por sus cuchillos curvos,
en uno de los puestos del mercado tenían anguilas vivas.

Desde allí nos dirigimos al mar pasando por la región de las viejas minas y visitamos la aldea minera abandonada de Ingurtosu.

de camino a la playa de
Piscinas donde se encuentran las dunas consideradas las segundas mas altas de Europa. Allí se nos hizo casi la hora de comer, así que con una cervecita por delante tomamos la decisión de dejar la visita a Iglesias para el día siguiente y buscar un sitio para comer.
Acabamos comiendo en
Buggerru, en el puerto, la comida no fue muy memorable.
Como entrantes, la típica ensalada de pulpo y embutidos con aceitunas.
Y como plato fuerte pedimos fritura de pescado, que solo llevaba calamares y gambas(un poco aburrido), ¡al final se nos salían por las orejas!.

También pedimos sepia a la plancha, que nos sirvieron a medio limpiar por dentro, desde luego una comida para no repetir el sitio.
Continuamos viaje y yo me empeñe en visitar un pueblo llamado
Carbonia, me decepcionó....
lo único destacable era la torre de la iglesia que era de piedra volcánica.
Otro de mis empeños era visitar alguna de las construcciones megalíticas llamadas
nuraghi, al final por la zona donde estuvimos no había nada. Como colofón antes de volver a Cagliari decidimos ir a la
Isla de Sant'Antioco y ver desde allí el atardecer.
A la hora de cenar ya estábamos en Cagliari y decidimos ir a cenar a la
pizzeria bisteccheria Il Porcile de Cagliari, que Roberto había visto solo por una ventanita y le atrajo el sitio, cuando entramos al local, por dentro era un laberinto de habitaciones y apartados, seguramente fruto de la unión de varios locales, el local estaba a rebosar y con muchísimo ambiente, muy recomendable.

La parte masculina solo se pidió filete de carne de potro con guarnición muy abundante, allí todos los platos lo son.

Las chicas compartimos una ensalada de tomate, mozzarella y albahaca

y una inmensa pizza de verduritas, que pedimos personalizada, quitando el pimiento y añadiéndole cebolla.
(La foto no es mía, es de la página web del restaurante, olía tan bien y estaba tan buena que olvidamos inmortalizarla)

De postre los amaros y las famosas seadas, aunque estaban buenas, el queso no tenía la misma textura que las de la noche anterior que era mucho mas cremoso.